El día que nací yo no llegue al reparto de oídos,
solo quedaban orejas y me tuve que conformar con eso toda la vida.
Fui consciente de este hecho cuando de niño mis
padres con toda la ilusión del mundo me apuntaron a la tuna del colegio, pero
yo cambiaba los acordes siempre unas cuantas notas más tarde que los demás, y
porque los veía a ellos cambiar, porque las melodías no entraban en mí.
Otro fracaso musical fue la flauta, mientras de la de
mi hermano salían todas las melodías que el imaginaba, yo no conseguía soplar
de forma que sonase tan siquiera una nota.
Y ya adolescentes cuando oíamos un antiguo vinílo, mi hermano me decía no
oyes el bajo, no oyes la batería, no oyes los ……, yo no oía nada , o más bien oía un todo uno en el que no
distinguía ningún instrumento.
Con este panorama era lógico que a mis casi 50 años
no hubiese ido nunca a un macroconcierto de rock, ya que no podía disfrutarlo
porque el baile y el ritmo es una prolongación del oído musical y yo solo he
podido rentabilizar esa parte de la anatomía hace unos meses, que me han puesto
gafas y por fin me han servido las orejas para sujetarlas.
Mi experiencia en conciertos se reducía a los de
Aute, Serrat, Perales en los años 80, lo más heavy que presencie fue un concierto de Tequila, un grupo de rock
nacional de aquellos años.
Pero en mi madurez tengo que agradecer a mi hija
adolescente que me pidiese que la acompañase a Bilbao , a presenciar un
macroconcierto de rock en vivo en Kobetamendi en el BBK live 2013 para ver y
escuchar a Green Day, grupo musical desconocido para mí, ya que se inicio a principio
de los 90 , década en la que ya había
desistido mi frustrado interés musical quedándome mis gustos en los anteriores Police,
Dire straits, Supertramp, Pink Floyd y por supuesto los clásicos The Beatles,
un selecto grupo de grupos, pero reducido ya que nunca pude disfrutar de todo su
arte.
El concierto de Bilbao fue una experiencia muy satisfactoria,
entraron en el recinto a las 6 de la tarde mi hija y sus amigas después de
guardar turno desde las 10 de la mañana para estar en las primeras filas bajo el escenario, yo entre algo más tarde sin
hacer esa cola y después de una mañana
de turismo en transporte público que me llevo hasta Guecho y Portugalete
en donde cruce la ría en la plataforma móvil
del puente colgante construido en 1890.
En el concierto que duro hasta pasadas las 2 de la madrugada,
me situé en una plataforma que había dispuesto la organización para personas
con reducida movilidad, esto es usuarios de sillas de ruedas, muletas y
bastones como era mi caso.
Me quede impresionado de la forma de hacer bailar
algunos de estos compañeros de concierto
sus sillas de ruedas siguiendo el ritmo.
Yo por más
que desease sentir ese ritmo no tengo ese
don y tengo que confesar que casi llegaba a dormirme por lo avanzado de la hora,
y que no lo termine haciendo porque la mujer
que había a mi izquierda en su baile desenfrenado detrás de la silla de
ruedas de su hijo, me solto con su brazo descontrolado tal sopapo que me espabilo, y hacia la derecha no
me podía echar porque había otro
compañero de concierto que saltaba blandiendo
su muleta cual caballero medieval, y veía que terminaba metiéndola en mis recién rentabilizadas orejas.